22 jun 2012

Aquellas primeras trampas...

Había pasado algún tiempo desde mi entrada al mundo de la educación y aquella pequeña familia me iba acogiendo en su seno para hacerme sentir como uno más; el jefe, Toro Sentado, confiaba en mí, los pequeños me querían y yo sentía como si aquellas personas hubiesen sido siempre conocidas para mí.

Con el paso de los días, como es normal, comenzaron a surgir algunas anécdotas; se podía empezar a ver cómo había niños con más picardía que otros y cómo el ser humano, desde su más tierna infancia, intenta siempre utilizar los recursos que tiene en su mano para cumplir un objetivo.

Llegaron los primeros ejercicios de repaso (disculpen lo absurdo del término, pero cualquiera de nuestros pequeños podría llevarnos directamente a prisión sin pasar por casilla de salida simplemente por cambiar el nombre de aquello que, antiguamente, nosotros conocíamos como exámenes o pruebas objetivas) y, con ellos, los primeros síntomas de una picardía precoz e incluso las primeras trampas que, sin la experiencia que dan los años, solían salir bastante mal…

Todo estaba dispuesto para comenzar un examen de matemáticas sobre las tablas de multiplicar, las mesas separadas y los niños mirando a aquellas dos personas a las que querían pero que, durante el tiempo que durase aquel examen, se habían convertido en su principal enemigo, en un obstáculo hacia la gloria, en dos seres malvados que les observaban atentamente para evitar que lograsen su objetivo de una manera poco honrada…

Recuerdo que había un póster con todas las tablas de multiplicar colgado en la pared, algunos niños me recordaban a esas moscas que parecen frotarse las manos al aterrizar sobre el suculento premio que, en este caso, estaba colgado de una de las paredes; pero ninguno de ellos contaba con que el más joven de los malvados monstruos vigías (todos mis respetos hacia mi gran amigo Toro Sentado si llega a leer esto pero, llegados a este punto, aprovecho para gastarle una broma; porque aunque yo goce de la fuerza y la belleza que da la juventud, él goza de la experiencia que dan los años…) también había observado aquel inmenso cartel y se pondría justo delante como el guardián de aquel tesoro que les llevaría a la gloria por un camino tan fácil como sucio.

Al observar que me había convertido en un obstáculo que impedía su visión, el pequeño “Tanín” me miró con muchísima tranquilidad, como pensando que era algo normal, me pidió: “Javi, quita de ahí… ¡¡Que no veo!!”.

En aquel momento no pude hacer más que echarme a reír mientras el impaciente niño me hacía gestos con la mano para que me apartase de delante del póster, pero enseguida le contesté algo con lo que comprendería que en aquel examen no sería fácil copiar: “De eso se trata, tienes que saber hacerlo sin mirar…”.

Una vez se habían repartido todos los exámenes, Toro Sentado se dirigió hacia aquel inmenso objeto de tentación y lo descolgó; pero aquel arranque de sinceridad e ingenuidad no sería el único intento de copiar durante aquel examen…

Algunos minutos después, mientras observaba cómo algunos pequeños eran capaces de multiplicar de cabeza y otros se ayudaban con sus dedos, pude ver cómo “El Tigre” hacía grandes esfuerzos por buscar los resultados del examen en una regla en la que tenía escritas todas las tablas de multiplicar; pero su habilidad para copiar era inversamente proporcional a su osadía a la hora de hacerlo, así que me hice el despistado y, cuando menos se lo esperaba, aparecí por su espalda para robarle aquella herramienta prohibida.

El examen acababa de empezar y me miró como suplicando piedad al tiempo que me solicitaba la devolución de su regla ante la promesa de guardarla, pero debía ser inflexible y me la guardé hasta que acabase el examen al tiempo que le daba la opción de continuar y demostrar que era capaz de hacerlo por sí mismo...

No obstante, estas primeras trampas fueron solo las primeras; pues conforme se iban realizando los temidos “ejercicios de repaso” pude observar cómo más de uno intentaba buscar su propio método para burlar mi vigilancia y la de Toro Sentado; y aunque como profesores debemos intentar evitar que los alumnos consigan sus objetivos académicos de forma poco honrada… ¿¿Quién no ha intentado burlar alguna vez la vigilancia extrema de uno de esos “monstruos de los exámenes??