El ascenso hasta lo más alto del monte de la satisfacción había sido largo, la noche se nos había echado encima y la oscuridad lo cubría todo; así que decidimos acampar en la cima del monte para, además, intentar disfrutar de otra noche de literatura bajo la luz de las estrellas.
Tras sentarnos alrededor de un pequeño fuego comenzamos a hablar de nuestros primeros recuerdos en relación a la literatura.
Algunos recordaban los primeros libros que sus padres les leían, otros sonreían al pensar en aquellas historias y cuentos que sus abuelos les contaban e incluso había quien afirmaba inventar sus propias historias cuando era pequeño…
Y es que, cuando somos niños, nuestra imaginación no está coartada por la vergüenza, no se ve restringida por el miedo, ni es limitada por los prejuicios de los adultos; sino que fluye de forma natural de nuestro interior y nos lleva a distintos mundos de fantasía en los que realmente se puede disfrutar de una gran cantidad de historias que leemos, nos cuentan e incluso inventamos.
En aquel momento recordé que el pequeño Javier Alarcos tenía mucha imaginación y que, cuando era niño, también disfrutaba creando sus propias historias y cuentos; porque, en ocasiones, el entusiasmo de los más pequeños les impulsa a pasar horas y horas haciendo lo que más les gusta, imaginando y jugando a crear mundos ficticios con los que realmente se sienten identificados…
Fue entonces cuando comenzamos a compartir algunas de las historias que recordábamos haber inventado cuando éramos más pequeños, todos escuchábamos asombrados las creaciones infantiles de nuestros propios compañeros e incluso reflexionábamos acerca de las cosas tan bonitas que podíamos hacer siendo tan pequeños.
Jamás pensaría que fuese a contar aquella historia a mis compañeros, pero el tema de conversación había hecho que fuese muy oportuno compartir aquel cuento que realicé con nueve añitos y que me proporcionó una de las mayores satisfacciones de mi vida cuando, en el último año del siglo pasado, vi publicada mi propia creación en una revista.
Aquella historia titulada “El problema de los animales” había salido de mí interior y sentía algo de vergüenza cuando comencé a relatar la historia; pero, poco a poco, aquel sentimiento negativo dio paso a una sensación de alegría por poder compartir con todos mis compañeros de viaje algo tan propio y tan valorado por mi entorno hace casi 15 años.
Cuando me di cuenta, las palabras surgían de mis labios con mucha mayor tranquilidad y hacía llegar a todos los presentes aquella historia:
“Erase una vez un bosque enorme, en el que había un estanque con aguas cristalinas que parecían un espejo. Estaba tan lejos de ciudades y de otros pueblos que a los seres humanos no se les ocurría pasar por allí. Un día los animales que habitaban el bosque se reunieron para hablar de un gran problema que tenían. El agua del estanque se estaba agotando. Pececillo, el más pequeño del bosque y del estanque, no podía aguantar más de tres días sin agua y por eso había que evitar que el agua del estanque se agotara.
Tras sentarnos alrededor de un pequeño fuego comenzamos a hablar de nuestros primeros recuerdos en relación a la literatura.
Algunos recordaban los primeros libros que sus padres les leían, otros sonreían al pensar en aquellas historias y cuentos que sus abuelos les contaban e incluso había quien afirmaba inventar sus propias historias cuando era pequeño…
Y es que, cuando somos niños, nuestra imaginación no está coartada por la vergüenza, no se ve restringida por el miedo, ni es limitada por los prejuicios de los adultos; sino que fluye de forma natural de nuestro interior y nos lleva a distintos mundos de fantasía en los que realmente se puede disfrutar de una gran cantidad de historias que leemos, nos cuentan e incluso inventamos.
En aquel momento recordé que el pequeño Javier Alarcos tenía mucha imaginación y que, cuando era niño, también disfrutaba creando sus propias historias y cuentos; porque, en ocasiones, el entusiasmo de los más pequeños les impulsa a pasar horas y horas haciendo lo que más les gusta, imaginando y jugando a crear mundos ficticios con los que realmente se sienten identificados…
Fue entonces cuando comenzamos a compartir algunas de las historias que recordábamos haber inventado cuando éramos más pequeños, todos escuchábamos asombrados las creaciones infantiles de nuestros propios compañeros e incluso reflexionábamos acerca de las cosas tan bonitas que podíamos hacer siendo tan pequeños.
Jamás pensaría que fuese a contar aquella historia a mis compañeros, pero el tema de conversación había hecho que fuese muy oportuno compartir aquel cuento que realicé con nueve añitos y que me proporcionó una de las mayores satisfacciones de mi vida cuando, en el último año del siglo pasado, vi publicada mi propia creación en una revista.
Aquella historia titulada “El problema de los animales” había salido de mí interior y sentía algo de vergüenza cuando comencé a relatar la historia; pero, poco a poco, aquel sentimiento negativo dio paso a una sensación de alegría por poder compartir con todos mis compañeros de viaje algo tan propio y tan valorado por mi entorno hace casi 15 años.
Cuando me di cuenta, las palabras surgían de mis labios con mucha mayor tranquilidad y hacía llegar a todos los presentes aquella historia:
“Erase una vez un bosque enorme, en el que había un estanque con aguas cristalinas que parecían un espejo. Estaba tan lejos de ciudades y de otros pueblos que a los seres humanos no se les ocurría pasar por allí. Un día los animales que habitaban el bosque se reunieron para hablar de un gran problema que tenían. El agua del estanque se estaba agotando. Pececillo, el más pequeño del bosque y del estanque, no podía aguantar más de tres días sin agua y por eso había que evitar que el agua del estanque se agotara.
Había una tortuga llamada Capri que dijo:
- ¿Por qué no hablamos con los habitantes del bosque vecino que está a 50 kilómetros de aquí, para que los animales nos transporten un poco de su agua?
-Jabalí: OINK-OINK, yo no estoy para tantos kilómetros.
El caracol llamado Titi muy entusiasmado dijo:
-¡Jabalí! ¿Cómo quieres que sobreviva pececillo si se agota el agua del estanque?, Además Capri, yo y todos los demás, incluyéndote a ti, necesitamos el agua.
Capri:
- ¿Por qué no hablamos con los habitantes del bosque vecino que está a 50 kilómetros de aquí, para que los animales nos transporten un poco de su agua?
-Jabalí: OINK-OINK, yo no estoy para tantos kilómetros.
El caracol llamado Titi muy entusiasmado dijo:
-¡Jabalí! ¿Cómo quieres que sobreviva pececillo si se agota el agua del estanque?, Además Capri, yo y todos los demás, incluyéndote a ti, necesitamos el agua.
Capri:
-Es verdad, que levante la pata, la pezuña o que saque los cuernos quien esté a favor. Todos levantaron la pata, la pezuña y los cuernos menos Jabalí. La Rana Verde que tenía un problema de tartamudez al croar dijo:
-CRO-CRO-CRO-CROAC yo sirvo de esponja, me meto en el agua, salgo y me estrujáis como un limón.
Todos fueron al estanque a ver a Pececillo. La Rana Verde se metió en el agua con Pececillo y notó como si alguien le cogiese de un anca y tirase de ella. Miró hacia abajo y se dio cuenta de que había una grieta en el estanque. Ésta sacó a Pececillo y lo metió dentro de su boca. Empezó a hacer saliva para que sobreviviese. Entonces el Lobo y el Pato tuvieron una gran idea. Si pusiéramos una piedra en la grieta no se filtraría más agua y por lo tanto no desaparecería el agua del estanque. El Lobo se fue por la piedra y se la dio al Pato. Este dejó caer un poco la piedra y se montó encima de ella. Se sumergió y la colocó en la grieta. La Rana Verde echó a Pececillo al agua y empezó a nadar. Se dieron cuenta de que Pececillo estaba siendo absorbido por la grieta. El Ciervo con sus astas lo sacó rápidamente. Pececillo aleteaba en el suelo. Capri dijo con mucho miedo:
-Conejo, ve al bosque vecino, y pídeles ayuda.
El Pato, el Lobo, el Ciervo y el Jabalí fueron por veinte piedras que es lo que les ordenó el Conejo:
-Tardaré menos de dos días, os lo prometo.
Una vez que tenían las veinte piedras el pato colocó cinco en la grieta, se dieron cuenta de que el agua ya no se filtraba. De nuevo echaron a pececillo al agua, las otras quince piedras que sobraban las reservaron por si de nuevo tenían problemas. El Conejo al día y medio volvió con un Gato y con un Oso. El Gato disimulaba pero tenía muy malas intenciones. El Oso un día vio al Gato intentando comerse a Pececillo. El Oso le dijo "¡Suéltalo!".
El Gato hizo lo ordenado, pero muy enfadado. El Oso que quería hacerle una trampa al gato, hizo un pez con hojas y lo frotó con Pececillo para que quedara su olor y así engañar al gato. Después como el pez hecho de hojas estaba hueco, le metió dentro dos piedras muy duras. A continuación lo introdujo en el estanque. Como los gatos saben muy bien que cuando los peces mueren flotan, el pez hecho de piedras no podía flotar, entonces le dijo el Oso a Pececillo: Haz que has muerto y nada en la superficie del agua, el Gato creerá que estás muerto y no te aceptará, cogerá el pez hecho con piedras y lo morderá. ¡Se romperá los dientes! y no volverá a tener malas intenciones. Y efectivamente así ocurrió. El Oso contó a todos lo ocurrido. Perdonaron al gato pero Capri, Titi y Jabalí le dijeron:
-Te hemos traído para el bien de todo el bosque y para que ayudes a Pececillo y lo único que querías era comértelo. Ahora por malvado, solo podrás comer sopa sin sustancia y purés de patata.
El Gato le pidió perdón a Pececillo y los animales le dieron una medicina para el crecimiento de los colmillos.
Una semana después de lo ocurrido, un pájaro llamado El Mago de las Lluvias, llegó al bosque anunciando una gran tormenta para los próximos siete días, los animales muy contentos le pidieron al Gato y al Oso que se quedaran para siempre como también se lo pidieron al Mago de las Lluvias. Todos aceptaron, pues en su bosque les trataban mal, Capri les dijo: nosotros os trataremos bien y siempre estaremos felices. El Gato les prometió que nunca iba a hacer más travesuras ni intentar comerse a Pececillo ni a nadie. Jabalí muy contento le dijo: "Bien Gatito" y le frotó con su pezuña en la cabeza.
Titi muy contento dio la bienvenida a los forasteros que iban a vivir con ellos y organizaron una gran fiesta. Jabalí preparó su máquina fotográfica instantánea y les dijo a todos que se prepararan para la foto familiar, después se organizó la gran fiesta prometida y a partir de ese momento todos fueron felices y Pececillo con la lluvia caída tenía su estanque como nunca lo había tenido."
Cuando terminé de contar aquella historia pude ver cómo mis compañeros de viaje habían comenzado a aplaudir de aquella forma tan nuestra; una manera de aplaudir que, desde aquel mes de Septiembre del año 2009, había supuesto una ruidosa seña de identidad para nosotros.
Y, lo cierto, es que en aquel momento no pude más que agradecer a mis compañeros aquel estruendoso sonido liderado por el inconfundible palmoteo que, una vez más, surgía de la zona trasera del círculo que rodeaba la hoguera; una zona trasera en la que, normalmente, se encontraban aquellos chicos a quienes algunos habían decidido llamar cariñosamente “El frente Polisario”.
¡¡¡Es una historia preciosa!!!!! :) Yo también aplaudo.
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