Se acercaba el momento y todos estábamos bastante nerviosos a la vez que ilusionados, surgían dudas de todo tipo, nuestros miedos más profundos habían comenzado a surgir del interior y nos refugiábamos en el apoyo mutuo y en la esperanza de que todo saliese bien y disfrutásemos de una profesión que, de una u otra forma, iba a comenzar en apenas unos días…
En aquellos momentos todos nos apoyábamos con continuos mensajes de ánimo, había multitud de conversaciones en las que algunos de nosotros nos intentábamos tranquilizar mutuamente y los buenos deseos para el compañero de viaje eran la tónica general en los días previos a aquel Martes 28 de Febrero en que nos veríamos por primera vez frente a una clase de niños a los que deseábamos poder aportar nuestro granito de arena como profesores en prácticas.
Se podría decir que aquellos días de acampada en la cueva, frente a la puerta de entrada al mundo de la educación, nos sirvieron para hacer piña y concienciarnos de que debíamos disfrutar y aprender de aquella experiencia que, por primera vez desde que comenzamos nuestro viaje, íbamos a emprender en solitario.
La noche anterior a nuestra nueva aventura, el señor Keating nos reunió a todos frente a aquella enorme puerta para desearnos muchísima suerte; nos hizo ver que había llegado el momento de separarnos y comenzar una andadura en la que tendríamos que pasar tanto por buenos momentos, como por malos momentos y, finalmente, nos abrió una pequeñísima rendija de aquella puerta de la que surgieron las voces y risas de lo que parecían ser miles de niños disfrutando y jugando...
Todos nos quedamos sobrecogidos al escuchar aquel jaleo que nos hizo dar un paso atrás, pero todavía nos llamó muchísimo más la atención aquel resplandor que salió de la minúscula rendija que había dejado el señor Keating.
Tras unos segundos, el señor Keating se acercó a una puerta a la que, a pesar de estar ya abierta, dio tres golpecitos con el puño como pidiendo permiso para entrar; y fue entonces cuando todo aquel ruido se convirtió en un silencio sepulcral y el brillante resplandor disminuyó hasta convertirse en una cálida y relajante luz tranquilizadora…
Una vez había terminado esta especie de ritual, el señor Keating nos sonrió y nos dijo que hiciésemos lo posible por contener los nervios y descansar aquella noche previa; pues al día siguiente nos sorprenderíamos al vernos solos frente a aquella puerta por la que accederíamos a un nuevo mundo lleno de secretos y de sorpresas.
Al fin llegó el gran día y aquella mañana me desperté con una sensación bastante extraña, pues iba a ser la primera vez que me presentara en un centro educativo sin saber muy bien si lo hacía como alumno o como maestro; aunque supongo que todo maestro debe tener algo de alumno y que, sin darse cuenta, todo alumno tiene mucho que enseñar a un maestro.
En ese momento crucé la puerta hacia el mundo de la educación y, sin darme cuenta de cómo había llegado hasta allí, me vi frente a los 28 pequeños que componían el grupo 2ºC de Educación Primaria y noté cómo me miraban ante la atenta mirada de "Toro Sentado", el jefe de aquella pequeña tribu.
Estaba rodeado de 29 personas con las que, poco a poco, iría formando una pequeña familia en la que poder confiar, una pequeña familia en la que todos aprendíamos de todos y en la que los problemas de cualquiera serían asumidos como propios; 29 personas de las que poder aprender y disfrutar muchísimo y a las que poder aportar ese algo que les haga ser mejor personas.
Aquella mañana se pasó muy rápido entre las numerosas presentaciones, los buenos deseos y esa media hora de recreo en la que una gran cantidad de niños me había rodeado para conocer un poco más de aquel “forastero” que, de repente, había entrado directamente en su entorno más cercano; así que tras una preciosa mañana en la que pude ayudar a la pequeña “Manzanita” con esas corcheas musicales que tantos problemas le estaban dando, llegó la hora de comer y aquellos primeros minutos en los que caminaba pensando en esas horas que tan buen sabor de boca me habían dejado…
Y pronto llegó esa primera tarde en la que, nada más verme aparecer, “Lacitos” vino corriendo hacia mí para regalarme ese dibujo al que había adjuntado un pequeño papelito con la firma de uno de los jugadores más famosos del panorama futbolístico actual; era el primer regalo de los muchos que aquellos niños me irían dando a lo largo de los días, un primer detalle que me hizo entender que la profesión de maestro podía llegar a ser preciosa para cualquier persona que fuese capaz de mantener ese cariño incondicional que, desde el primer momento, te dan los alumnos…
En aquellos momentos todos nos apoyábamos con continuos mensajes de ánimo, había multitud de conversaciones en las que algunos de nosotros nos intentábamos tranquilizar mutuamente y los buenos deseos para el compañero de viaje eran la tónica general en los días previos a aquel Martes 28 de Febrero en que nos veríamos por primera vez frente a una clase de niños a los que deseábamos poder aportar nuestro granito de arena como profesores en prácticas.
Se podría decir que aquellos días de acampada en la cueva, frente a la puerta de entrada al mundo de la educación, nos sirvieron para hacer piña y concienciarnos de que debíamos disfrutar y aprender de aquella experiencia que, por primera vez desde que comenzamos nuestro viaje, íbamos a emprender en solitario.
La noche anterior a nuestra nueva aventura, el señor Keating nos reunió a todos frente a aquella enorme puerta para desearnos muchísima suerte; nos hizo ver que había llegado el momento de separarnos y comenzar una andadura en la que tendríamos que pasar tanto por buenos momentos, como por malos momentos y, finalmente, nos abrió una pequeñísima rendija de aquella puerta de la que surgieron las voces y risas de lo que parecían ser miles de niños disfrutando y jugando...
Todos nos quedamos sobrecogidos al escuchar aquel jaleo que nos hizo dar un paso atrás, pero todavía nos llamó muchísimo más la atención aquel resplandor que salió de la minúscula rendija que había dejado el señor Keating.
Tras unos segundos, el señor Keating se acercó a una puerta a la que, a pesar de estar ya abierta, dio tres golpecitos con el puño como pidiendo permiso para entrar; y fue entonces cuando todo aquel ruido se convirtió en un silencio sepulcral y el brillante resplandor disminuyó hasta convertirse en una cálida y relajante luz tranquilizadora…
Una vez había terminado esta especie de ritual, el señor Keating nos sonrió y nos dijo que hiciésemos lo posible por contener los nervios y descansar aquella noche previa; pues al día siguiente nos sorprenderíamos al vernos solos frente a aquella puerta por la que accederíamos a un nuevo mundo lleno de secretos y de sorpresas.
Al fin llegó el gran día y aquella mañana me desperté con una sensación bastante extraña, pues iba a ser la primera vez que me presentara en un centro educativo sin saber muy bien si lo hacía como alumno o como maestro; aunque supongo que todo maestro debe tener algo de alumno y que, sin darse cuenta, todo alumno tiene mucho que enseñar a un maestro.
En ese momento crucé la puerta hacia el mundo de la educación y, sin darme cuenta de cómo había llegado hasta allí, me vi frente a los 28 pequeños que componían el grupo 2ºC de Educación Primaria y noté cómo me miraban ante la atenta mirada de "Toro Sentado", el jefe de aquella pequeña tribu.
Estaba rodeado de 29 personas con las que, poco a poco, iría formando una pequeña familia en la que poder confiar, una pequeña familia en la que todos aprendíamos de todos y en la que los problemas de cualquiera serían asumidos como propios; 29 personas de las que poder aprender y disfrutar muchísimo y a las que poder aportar ese algo que les haga ser mejor personas.
Aquella mañana se pasó muy rápido entre las numerosas presentaciones, los buenos deseos y esa media hora de recreo en la que una gran cantidad de niños me había rodeado para conocer un poco más de aquel “forastero” que, de repente, había entrado directamente en su entorno más cercano; así que tras una preciosa mañana en la que pude ayudar a la pequeña “Manzanita” con esas corcheas musicales que tantos problemas le estaban dando, llegó la hora de comer y aquellos primeros minutos en los que caminaba pensando en esas horas que tan buen sabor de boca me habían dejado…
Y pronto llegó esa primera tarde en la que, nada más verme aparecer, “Lacitos” vino corriendo hacia mí para regalarme ese dibujo al que había adjuntado un pequeño papelito con la firma de uno de los jugadores más famosos del panorama futbolístico actual; era el primer regalo de los muchos que aquellos niños me irían dando a lo largo de los días, un primer detalle que me hizo entender que la profesión de maestro podía llegar a ser preciosa para cualquier persona que fuese capaz de mantener ese cariño incondicional que, desde el primer momento, te dan los alumnos…
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