2 ene 2012

Visitando el club de los poetas muertos...

A la mañana siguiente nos dirigimos de nuevo hacia aquella cueva en la que se encontraba la puerta de entrada al mundo de la literatura; con un poco de miedo, pero a la vez entusiasmados, nos pusimos frente a la gran puerta de madera y tiramos de ella con muchísima fuerza, aunque nos sorprendió la facilidad con que se abrió ante nosotros…

Estábamos deseosos de entrar, pero ninguno se atrevía a dar el primer paso hasta que, de repente, apareció un hombre muy amable que se ofreció para guiarnos por aquel maravilloso mundo de fantasía; era el señor Keating, aunque nos dijo que podíamos llamarle “capitán”…

Al principio pensábamos que estaba un poco tarado, pero su sonrisa y su amabilidad hicieron que enseguida desapareciera todo tipo de desconfianza y aceptáramos su compañía a lo largo de aquel nuevo viaje que comenzábamos por el mundo de la literatura…

Todos sonreíamos y estábamos ilusionados porque, sin darnos cuenta, habíamos finalizado una aventura para comenzar inmediatamente otra; sin apenas tiempo para asimilar el fin del viaje hacia el mundo de la literatura, nos habíamos adentrado en ese universo para explorarlo a fondo.

Enseguida, el Señor Keating nos propuso visitar la cueva en la que se reunían los jóvenes que habían decidido refundar el famoso “Club de los poetas muertos” al que, muchos años atrás, había pertenecido nuestro nuevo compañero de viaje; así que pensamos que, para comenzar a explorar el mundo de la literatura, aquella cuevecita podría ser un buen punto de partida.

Enseguida llegamos a aquella caverna en la que comenzamos a escuchar la larga historia de la película titulada “El club de los poetas muertos”:

En el colegio Welton, uno de los más prestigiosos de Estados Unidos, existen cuatro valores fundamentales que rigen la vida de todos los alumnos y profesores (tradición, honor, disciplina y grandeza); pero todo comenzará a cambiar cuando un antiguo alumno del propio colegio, el señor Keating, se convierta en el nuevo profesor de literatura y, desde el primer día, intente transmitir a sus alumnos el sentido de la vida y la necesidad de aprovechar el tiempo desde la filosofía del “Carpe Diem”.

El señor Keating, además, quería inculcar en sus alumnos el placer por una literatura que únicamente podía ser disfrutada si se vivía de verdad y se dejaba de intentar medir su grandeza; llegando a decir en un momento de la película que “leemos y escribimos poesía porque pertenecemos a la raza humana, y la raza humana está llena de pasión”.

Pero este profesor de literatura no era un innovador únicamente en su materia; pues, durante el final de aquella década de 1950, ya concebía la educación de una forma muy diferente a la escuela represiva y autoritaria de su tiempo e intentaba transformarla para hacer de la educación un proceso cuyo fin último fuese el de desarrollar en los alumnos un espíritu crítico y una capacidad para pensar por sí mismos.

De esta forma, el enfoque educativo del señor Keating estaba destinado a la formación de librepensadores con mentalidad abierta e interés por aprender y cuestionarlo absolutamente todo; pero siempre respetando las convicciones y las decisiones personales de cada uno.

Así, observamos cómo este profesor de literatura avisa constantemente del peligro de la conformidad y hace vivir a sus alumnos la literatura como algo maravilloso y de lo que poder disfrutar; llegando incluso a arrancar la página de un libro por considerarla “basura” y haciendo gala de algunos de los derechos del lector que, pocos años más tarde del estreno de la película, enumera Daniel Pennac en su obra “Como una novela”.

Pero como es lógico pensar el señor Keating jamás habría conseguido que sus alumnos se apasionaran por la literatura si él no fuese el primero en sentir amor por ella; llegando a vivir tan profundamente la poesía y, en especial, versos de la poesía “Oh capitán, mi capitán” de Walt Whitman, que animó a sus propios alumnos a dirigirse a él de esa manera.

Pero en ningún caso debemos pensar que este profesor perdió el respeto de sus alumnos por mostrarse cercano; pues, como observamos en la película, siempre se mostró exigente y puso todo de su parte para sacar lo mejor de los jóvenes, disfrutando de la educación y convirtiéndose en un consejero respetado y admirado por todos sus alumnos.

Y tanto caló la personalidad y el mensaje de este profesor en sus alumnos, tanto se impregnaron de la filosofía de vida del “Carpe Diem”, que las acciones de estos muchachos comenzaron a verse seriamente afectadas por su propia forma adolescente de entender el disfrute del momento y el aprovechamiento de las oportunidades; pues siempre se animaban los unos a los otros para actuar de forma un tanto irracional alegando que el señor Keating siempre les había animado a perseguir sus sueños…

Pero nadie podía pensar que la tragedia acechaba al más soñador de aquellos jóvenes que disfrutaban de la literatura y de la poesía como una forma de vida; en ningún caso se habrían imaginado que el hecho de perseguir sus sueños y enfrentarse a su padre terminaría acabando con su vida, convirtiendo al joven en la víctima de un ideal que le llevó al suicidio.

Además, la muerte de Neil hay que verla como un símbolo de romanticismo adolescente en el que el propio joven quiere poner fin a una vida a la que ya no encuentra sentido, observándose la extraña comodidad que siente en el momento de su muerte al saber que había cumplido el sueño de actuar en aquella obra de teatro de la que había salido ovacionado; llevando al extremo una filosofía de vida que, con la prohibición de su padre, había perdido sentido.

De esta forma, en sus últimos momentos, el joven Neil se aferraba al hecho de haber aprovechado el momento mientras pudo; se sentía feliz por haber alcanzado un sueño y por haber disfrutado de todo lo que había vivido en los últimos meses y haciendo gala de aquella primera frase para ser leída al comienzo de las reuniones del Club de los Poetas Muertos:

“Fui a los bosques porque quería vivir a conciencia, quería vivir a fondo y extraer todo el meollo a la vida; dejar de lado todo lo que no fuera la vida para no descubrir, en el momento de la muerte, que no había vivido”.

Y, tras la catástrofe que supuso el suicidio de un joven prometedor, todo el mundo buscó un culpable que encontraron en el señor Keating; hacia el que se volvieron todas las críticas y al que destituyeron de su cargo como profesor de literatura en el colegio Welton.

Pero aquellos jóvenes habían absorbido de tal forma las ideas del señor Keating y habían asimilado tantísimo la necesidad de ser críticos y pensar por sí mismos, a pesar de que todas las circunstancias estuviesen en contra de su pensamiento; que todavía tuvieron tiempo para rendir un gran homenaje a aquel profesor que les había marcado, les había hecho disfrutar de la literatura y les había inculcado una forma diferente de ver la vida.

Y, de esta forma, es cómo comprendimos en aquella cueva la importancia que tiene el hecho de amar nuestra profesión como lo hizo el señor Keating en su momento; la necesidad de contribuir a formar personas con capacidad de pensar por sí mismas, que se rebelen contra las injusticias y que sean capaces de disfrutar de la vida con responsabilidad y luchando siempre por alcanzar sus sueños.

Porque, bajo mi punto de vista, un buen profesor no es aquel que consigue que sus alumnos estén más o menos callados en clase y que memoricen mayor o menor cantidad de contenidos; sino aquel que consigue que sus alumnos disfruten aprendiendo, que despierta el interés por la materia y que se gana la admiración de sus propios alumnos desde el respeto, la cercanía y la comprensión.

Además, creo que los maestros del futuro debemos hacer todo cuanto esté en nuestra mano para mejorar la educación desde dentro y conseguir que, poco a poco, la sociedad mejore; y es por esto que, entre todos, debemos trabajar para que nuestros alumnos se conviertan en grandes personas del futuro, haciendo gala de aquella frase de Pitágoras que decía: “Eduquemos a los niños y no será necesario castigar a los hombres”.

Así, tras haber reflexionado mucho acerca de aquella historia y con lágrimas en los ojos al recordar aquella historia, es como el señor Keating nos sacó de aquella pequeña cueva para seguir mostrándonos el maravilloso mundo de la literatura.


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